lunes, 21 de noviembre de 2011


Miles de fichas extendidas por la mesa, cientos de colores sin una señal concreta, todo es confusión en su juego del amor. Se pregunta por dónde empezar y sus manos aciertan a unir dos, luego cuatro, dieciseis, sesenta y ocho, ciento setenta y tres (…). El cansancio le obliga a apartarse del tablero y sus ojos dibujan al fin, la primera imagen clara de todo ese enorme puzzle que un día, hace tiempo, le regalaron y nunca se atrevió a construir.
Llevaba meses vagando entre aceras de sonrisas y calles de angustia. Necesitaba darle sentido a todo y descifrar sus sentidos también… Necesitaba a su lado al aire, y unos pulmones nuevos, y tranquilidad, y…
Pasaron muchas noches y cada una de ellas el puzzle se hacía más grande y menos complicado. Se había planteado el reto de colocar, al menos, una pieza cada día. Todo encajaba hasta que una noche, se disponía a tirar la caja y vio como tres fichas se caían de ella. Él, que había calculado los huecos y creía tenerlo todo en orden, vio como todo se desordenaba de repente. Nada acababa de tener sentido. Los colores, más que orientar, le despistaban. Esas tres nuevas fichas no completaban, confundían. Su puzzle era un diván que invitaba a descansar, a dejarlo por un tiempo.
Una noche, frente a él, pensó que lo más grande de un puzzle es que no caben trucos ni trampas. Cada ficha tiene su lugar, ése y no otro. Sabía que lo intentara como lo intentara ninguna de ellas cabría en ninguna parte más porque ésa era la suya, su casa. Pensó también que tal vez él había sido durante un tiempo la ficha de algún puzzle que, al igual que él, alguien intentaba construir.
Después de un paseo por el universo de los pensamientos, regresó al tablero su atención y, como un golpe de fortuna, consiguió unir tres fichas seguidas, ésas que llevaban tanto tiempo al margen y no encontraba su lugar.
Se levantó, puso sus manos sobre las caderas, y como si estuviera en lo alto de una enorme montaña, miró con satisfacción el paisaje que podía observar sobre su mesa. Estaba satisfecho. Una enorme sonrisa de niño delineaba la sombra de su lámpara. Había dado un paso adelante. No había terminado pero era como encontrar el puente para salir de la selva y cruzar a campo abierto atravesando el ancho río. Todo tenía sentido ya. No era tan difícil pensó. La maleza, los arbustos, eran verdes, todas las fichas verdes. El cielo, el río, todas las fichas azules. El sol, los girasoles, eran las amarillas, todas las amarillas. Era una cuestión de observar lo general y no obsesionarse con los detalles. Solo eso. Lentamente se apartó de la mesa, se tumbó sobre su cama pensativo y, con una enorme sonrisa, se durmió.
Nosotros somos, en ocasiones, como ese puzzle. Incapaces de encontrar nuestro lugar, nos empeñamos en colocar fichas sólo porque no haya huecos, sólo porque el vacío no nos asuste y el silencio no llegue a preocuparnos. Olvidamos que un día, cualquiera, encontramos esa ficha, ÉSA Y NO OTRA, que da sentido a todo ese barullo de ideas y cábalas que diseñamos con nuestros pensamientos. En momentos esa ficha es una palabra, en otros un encuentro casual, a veces una simple sonrisa…
Nada es verdad ni mentira, todo es verdad y mentira a la vez. Como esa luna que está y no se ve. Hoy, ella y yo, sabemos algo más acerca del puzzle de las ideas… sabemos que esta noche mi sonrisa es verdadera.

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